Visita a Chipiona con AgarAgari I. Los corrales

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Los blogueros gastronómicos inauguramos el nuevo curso después del parón del verano con una interesante visita a Chipiona organizada por la Asociación Gastronómica Cultural Agar Agari, un grupo de “picados” por la gastronomía, el arte y la cultura de nuestra provincia con el que nos une antiguos lazos de amistad.

El día amaneció fresquito pero con el cielo despejado y sin nubes de lluvia a la vista por lo que pudimos cumplir el apretado programa de actividades que la asociación tenía programadas.

Para empezar, nos calzamos los escarpines, nos arremangamos los pantalones y nos metimos en las frescas aguas del corral Cabito en la Playa de Las Canteras acompañados de Andres Sampalo Lozano, miembro de la asociación de mariscadores de corrales Jarife que es en la actualidad la que gestiona el uso, mantenimiento y vigilancia de los corrales desde que estas funciones les fueron cedidas por ayuntamiento en el año 2000.

Funcionamiento del corral y artes de pesca.

Los corrales de pesca son cerramientos artificiales sobre la zona rocosa intermareal construidos con piedras ostioneras unidas por escaramujos, ostiones, lapas, algas marinas u otras especies que al fijarse sobre ellas forman una argamasa que les dan solidez. Los muros exteriores  o “pared”, mas altos  y anchos, forman un cercado dejando en su interior piélagos o lagunas que se comunican por otros muros menores o “atajos” (pasillos de piedra que comunican las distintas partes del corral).

Los piélagos están sometidos al régimen de las mareas por medio de una serie de caños cerrados con rejillas que permiten la entrada de agua con la subida e impiden la salida de los peces cuando baja. Actualmente los corrales  se extienden por  una pequeña franja de playa frente a los municipios de Rota y Chipiona ya que muchos de ellos han desaparecido.

Los corrales son por tanto, trampas gigantes que funcionan con la marea. El agua, con la marea llena, pasa por encima de la pared formando lagunas  naturales entre los muros y atajos. Con el agua entran las diferentes especies que se “catan” en el corral: sargos, mojarritas, doradas, lisas, chocos, pulpos, erizos o camarones y algunos peces mas grandes,  corvinas, robalos, palometas…, que buscan en el corral su alimento. En las grandes mareas, la cima de la pared puede quedar hasta dos metros por debajo de la superficie del agua.

La mejor época de pesca en el corral es de enero a mayo para el choco y de mayo a octubre para el pescado. Cada corral está a cargo de un “catador” que es responsable de su mantenimiento y cuidado recibiendo a cambio el privilegio de entrar el primero a pescar. Una vez hecha la “cata” entran los demás mariscadores que capturan lo que el catador ha dejado detrás. Las capturas se dedican solo al consumo propio estando prohibida la venta.

Los mariscadores que deben tener el carnet que les acredita como miembros de la asociación Jarife, van provistos de botas de vadear, un bidón de plástico que ha sustituido al antiguo seroncillo en el que meten las capturas y varias herramientas de trabajo: francajo, fija, garabato, cuchillo de marea y tarraya además de un bote de aceite con el que aclaran el agua si hay viento.

Andando despacio, van hurgando con el garabato bajo las solapas (salientes naturales paralelos al suelo que dejan una profunda y estrecha hendidura que sirve de cobijo)  y los jarifes que son piedras grandes que cabalgan sobre otras más pequeñas puestas por los mariscadores para el refugio de los peces.

Los catadores del corral van recorriendo las lagunas y si detectan un pez escondido lanzan la tarraya sobre el de manera que lo obligan a salir de su escondrijo. Este encuentra la red obstaculizando su huida y queda enmallado, siendo posteriormente atontado con ayuda de la espadilla o cuchillo de marea que no tiene filo.  La tarraya es una red circular con plomos en todo su perímetro para que caiga al fondo y tirantas para cerrarla y hacer una bolsa en la que queda encerrado el pez.

La Historia

El origen de los corrales de pesca constituye todavía una incógnita. Existen diversas teorías que fijan su origen en distintos momentos de nuestro pasado. La que cuenta con más adeptos  establece el nacimiento de los corrales entre la época romana tardía y el inicio de la ocupación árabe, incluyendo la totalidad de la etapa de presencia visigoda.

Otros autores, lo remontan a plena época romana, dada la vinculación de esta civilización con formas parecidas de explotación de recursos marinos (cetariae, vivariae, aestuariae) y por la similitud de los utensilios empleados para llevar a cabo el despesque o “cata” con los usados por esa civilización.

La cuestión no esta por ahora zanjada. Lázaro Lagóstena  de la UCA, en su artículo “Columela, De re rustica viii, 16-17: una fuente para el conocimiento de la piscicultura en Baetica” nos menciona la existencia en las costas andaluzas de “vivaria” construidos en las zonas intermareales de algunas playas gaditanas (pozas naturales o artificiales utilizadas como reservas de pescados vivos posiblemente heredado de los fenicios). Esta afirmación se ha comprobado arqueológicamente en la excavación realizada en playas de Barbate de dos estructura circulares, similar a los corrales, una excavada en la roca y otra  construidas con sillares (opus signinum).

Por otro lado,  la existencia de este tipo de construcciones en Francia, concretamente en la isla de D´Olerón, con una similitud asombrosa con  nuestros corrales es esgrimido por los investigadores que defienden el origen romano, ya que esta zona nunca fue invadida por los árabes.

En definitiva, posiblemente la pesca en pozas naturales es tan antigua como el hombre y existió en todas las zonas costeras en las que se establecieron las civilizaciones antiguas. Cada cultura iría aportando sus técnicas y saberes apoyándose en este legado del pasado.

Gestión y utilización

La primera reseña escrita a la existencia de los Corrales data del 16 de julio de 1.399, cuando D. Pedro III Ponce de León, Señor de Marchena, donó el Corral de Pesca denominado “La Cuba” y otros más al Monasterio de Regla para el sustento de los frailes agustinos. El documento de donación, según relata Carmona Bohórquez en su libro manuscrito de 1.637, dice así: “Don Pedro Ponce de León, Señor de Marchena, a 16 de julio de 1.399, hace donación al Convento de Regla, de unos Corrales de Pesquería que están en la punta que llaman de La Cuba, que dice heredado del Conde D. Joan, en el término de Rota, y dónolo libremente sin carga, para el sustento de los religiosos de la dicha casa”.

Es de suponer por tanto que los corrales ya estaban  en explotación en época musulmana y que los reyes tras la reconquista los entregaron a las casas nobiliarias que le ayudaron en la dominación de la zona.

La mayoría de los corrales pertenecían en la Edad media y Moderna a la iglesia o a las clases pudientes que los arrendaban en escritura pública a los pescadores a cambio de un tanto por ciento de las capturas: una parte de lo que “cataban” del corral de ahí el nombre de “cataores” con el que también se conoce a estos pescadores. Posteriormente con la desamortización por el estado de los bienes de la Iglesia y la desaparición de los mayorazgos  fueron pasando a ser  propiedad de particulares y muchos de ellos se escrituraron y se vendieron

Con la Ley de Costas de abril de 1969, los corrales pasaron a ser “Dominio Público Marítimo-Terrestre de la Dirección General de Costas” que concedía permiso administrativo” para la explotación de su pesca, estando sujetas a inspecciones, como establecimientos acuícola que eran. Pero a raíz del año 1988, con la aplicación de la nueva Ley de Costas 22/1988 de 28 de julio, pasaron  a ser espacios de bien público, dependientes de los Ayuntamientos. Desde el año 2001, tras declararlos Monumento Natural , su gestión y mantenimiento fue totalmente cedida por la Junta al ayuntamiento a asociaciones creadas para su explotación y conservación, aunque son competencia de la Demarcación de Costas y Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía.

Los corrales eran muy abundantes en toda la costa atlántica a principios del siglo XX. Según Benigno Rodríguez Santamaría, en su libro sobre las Artes de Pesca”, escrito en 1923,  eran muy variados por su forma: de herradura,  circular, cuadrado, rectangular, de ángulo;  por su uso ya que los había fijo y otros que eran temporales y por sus materiales: de piedra, delimitado con postes de hierro o empalizadas. En la actualidad solo quedad los corrales de piedra de Rota, Chipiona y uno en Sanlúcar, pero  hay referencias de que existieron también en Cádiz (Playa de Santa María, Los Corrales y La Caleta), Puerto de Santa María (entre La Calita y Fuerte Ciudad), en la costa onubense, en Canarias, en el norte de África y en todo el litoral Atlántico, pues se tiene noticia de ellos en Aveira (Portugal) y, en el litoral Atlántico francés donde todavía siguen existiendo. Todo ello nos hace pensar que los corrales de pesca marinos se encuentran en las tradiciones culturales de la mayor parte de los pueblos litorales del mundo.

Conservar los corrales es tarea de tod@s

Por su situación en las proximidades de la desembocadura del río Guadalquivir, una de las zonas más ricas en biodiversidad de Andalucía, en los corrales de Chipiona se introduce una amplia variedad de especies de peces e invertebrados. Muchas de ellas encuentran en los corrales chipioneros un hábitat ideal para la cría y desove por lo que son fundamentales en su ciclo de vida.  Su supervivencia depende de un equilibrio extremadamente delicado que precisa de la acción humana para su protección y conservación. Todos estamos comprometidos en su supervivencia evitando el marisqueo incontrolado y cuidando de nuestros lugares de ocio costeros.

En resumen el paseo ha sido una delicia y las explicaciones interesantísimas ya que nos han permitido conocer a fondo una parte  del pasado de nuestra provincia y tomar conciencia de que conservar los corrales es tarea de todos y que al hacerlo, estamos protegiendo una parte de nuestra historia y nuestra cultura.

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