09 May Las malas hembras de las almadrabas
Parece que la historia de las almadrabas está protagonizada solo por hombres: duques y nobles, soldados, marineros , capitanes o arráez, misioneros como Francisco de Borja o el Padre León, mendigos, delincuentes, pícaros …..Como por desgracia ocurre siempre en la historia las mujeres son invisibles.
Hoy dedicamos un recuerdo a las mujeres que despreciadas y maltratadas por su profesión de prostitutas, pusieron con sus cuerpos, cantes y bailes en las fogatas nocturnas una nota alegre y placentera en las duras jornadas de los trabajadores de las almadrabas.
Ellas que podían ser raptadas y violadas, que no podían reclamar ante ninguna justicia el pago de un servicio dejado de abonar por un cliente y, además, eran las únicas mujeres que podían ser encarceladas por deudas, fueron victimas de la doble moral cristiana del siglo XVI. La prostitución, aunque nunca bien vista por la Iglesia, fue tolerada como un mal menor en una sociedad en la que la sexualidad solo era permitida para procrear dentro del sacramento del matrimonio y el adulterio era considerado un delito.
LAS MANCEBÍAS MUNICIPALES DE LA JANDA.
Desde el siglo XIII fueron concentradas en “mancebías” o burdeles municipales localizados en lugares apartados e incluso ocultados por tapias que las aislaban de la población. En el caso de la Janda hubo mancebías en Vejer, Conil y Medina cuyos ingresos habían sido cedidos por los reyes a los Duques de Medina Sidonia que a cambio de una renta delegaron su gestión en las autoridades locales que a su vez las arrendaban a particulares a cambio de importantes beneficios.
A favor del Duque hay que decir que se encargaba mediante un administrador, de mantener en perfectas condiciones la mancebía, retribuyendo a un cirujano que periódicamente la visitaba para vigilar la salud de las mujeres y mantener en buen estado los edificios.
LAS BUSCONAS Y RAMERAS
Pero en las almadrabas no solo se daban citas las prostitutas llegadas de los burdeles municipales de las poblaciones circundantes sino que también atraían – quizás la mayoría- a otras itinerantes “busconas” que se desplazaban periódicamente allí donde había negocio. Se instalaban en carrozas o chozas enramadas cercanas a la playa en lugares previamente establecidos – las rameras- dando lugar a un gran burdel ocasional en el que no faltaba el “padre” o chulo.
Un guardia del duque vigilaba estos lugares donde eran frecuentes las peleas y riñas y en los que el uso de armas, prohibidas dentro de los burdeles municipales, era mas difícil de controlar.
Lo cierto es que varios cientos de prostitutas llegaban cada primavera a las playas de la Janda y paseaban su palmito tocadas con las reglamentarias mantillas amarillas atrayendo las miradas de los numerosos pícaros, soldados, mercaderes o marineros que allí se concentraban siempre propensos a gastar el jornal diario en mujeres, comida y juegos.
No hay comentarios