Una charla muy dulce en La Casapuerta

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Nos había pedido colaborar en las  tertulias que el Bar La Casapuerta organiza semanalmente sobre los temas más variopintos, pero sobre todo de cultura y cosas de Cádiz.

Al final nos decidimos por hablar de nuestra repostería tradicional representada por un postre emblemático que está en el recuerdo de todos: las poleás. Contamos su historia, compartimos nuestra receta y ofrecimos a los presentes unas poquitas de poleás que Pepi había hecho esa misma mañana. Fue un acto sencillo pero muy entrañable y creo que todos lo pasamos muy bien.

Queríamos que los asistentes compartieran  recuerdos, intercambiaran recetas y trucos, que nos contaran anécdotas porque el mundo de los dulces más que ningún otro ámbito de la cocina se presta a soñar, a recuperar sabores perdidos y recordar a los que no están.

 

Partimos de la base de que nos gusta cocinar, pero la cocina diaria a veces se nos hace cuesta arriba. Hay que comer todos los días y poner todos los días un plato en la mesa a nuestra familia y eso cuesta sobre todo si trabajamos fuera de casa. Cuant@s de nosotr@s no hemos vivido situaciones como esta: un puchero que no termina de hacerse y queremos acostarnos, una película que vemos a saltos porque se nos pega la comida, un sofocón si a las 10 u 11 de la noche vemos que nos falta algún ingrediente… y eso sin pensar que pongo mañana? A Pepito no le gusta a Juanito le tengo que pasar las verduras para que no encuentre trocitos…. En fin lo que la cocina diaria es una cuesta arriba que a veces tenemos que subir a al final del día cuando lo que nos apetece es tirarnos en el sofá  a descansar.

Los dulces son otra cosa. Nunca se hacen por obligación. Es un mundo solo movido por el cariño, el compañerismo y la amistad. Un dulce para merendar con tus hijos , un postre para hacer de la comida del domingo una fiesta, una elaboración para un compañero o para endulzar las largas noches de una guardia, una merienda para los amigos…..

Los dulces tienen por si mismo la facultad de convertir un día cualquiera en una fiesta y no hay fiesta que no termine con dulces: a las paridas se les regala chocolate, celebramos con dulces los nacimientos, las comuniones, las bodas, los santos, los cumpleaños y hasta hace bien poco las muertes ya que en los velatorios que se solían hacer en las casas nunca faltaban los roscos y la copita de anís o vino dulce.

Pero aun hay más: es en la cocina,  en torno a la repostería, donde las generaciones futuras se acercan al saber culinario de sus antepasados y se integran en lo que llamamos la memoria colectiva. Seguro que muchos  de nuestros hijos se han iniciado en la cocina haciendo un postre sencillo, un bizcocho para el día del padre o unas galletas rellenas para presumir delante de sus amigos. Este acto excede lo propiamente gastronómico ya que este acontecimiento da pié para hablar íntimamente con ellos, contar anécdotas de sus abuelos o bisabuelos y hacerles entender que la cocina es en definitiva un acto de amor y amistad.

En resumen, el mundo de la cocina dulce  inicia a nuestros hijos en la cocina que se convierte en un pequeño santuario en el que se aprende, se siguen los ritmos estacionales – pestiños, torrijas, compotas de tosanto…- y se recuerda a los que ya no están “ así lo hacía tu abuela, “ Los dulces convierten la cocina en el centro del hogar, lugar de confidencia y recuerdos .

Así que recuperemos la repostería casera, demos un premio al niño que todos llevamos dentro y comamos algún dulces de vez en cuando porque la mayoría de nosotros nos merecemos un premio. Y saborearlo sin miedo ya que   como afirma el prestigioso pastelero Michel de Villaune “no engorda lo dulce, sino un estilo de vida”.

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